Una voz al teléfono me alerta: “¿Aún no te has enterado? Acabo de ver en las noticias que Shangrilá se ha quemado. Muchos de sus templos y más de doscientas casas ahora son ceniza”. No me lo puedo creer. Caminaba con paso decidido por Travessera de Gracia pero al oír esta terrible noticia me quedo clavada frente a una panadería. Una señora que pasea con su hijo se queja de lo estrecha que es la acera y lo mal educada que soy por cortar el paso. “¿Estás seguro de que es mi Shangrilá, mi paraíso chino

El crujir de las interferencias por falta de cobertura me deja con un mal sabor de boca. Siento ansia por confirmar esta noticia; en cinco minutos llego a casa, el ordenador lo enciendo en un minuto y en treinta segundos compruebo que, efectivamente, el pueblo milenario ha sufrido un incendio descomunal.

¿Las ciudades sufren? ¿Duele este incendio en Shangrilá tanto como uno en el outback australiano? ¿Cómo reaccionan los habitantes ante una situación tan adversa? Hablamos de grandes catástrofes que arrasan infraestructuras y naturaleza sin piedad, que provocan daños no sólo en su entorno ambiental sino también en el social y económico.

¿Cuánto tardará Shangrilá en reponerse? ¿Pueden las ciudades recuperarse de perturbaciones y salir fortalecidas por la experiencia? Al parecer sí, y le llaman resiliencia urbana… divina señora.